SALVEMOS LA CULTURA DEL LIBRO
[Leído en Saltillo el 23 de abril de 2024 en la Mesa redonda organizada con motivo del Día Internacional del Libro por la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades]
Buenos días. Quisiera empezar mi participación refiriéndome a una noticia que el día de ayer leí en el periódico Vanguardia, y que, supongo, publicaron con motivo del día del libro. La cabeza de la nota dice: “Cultura del libro está a punto de desaparecer en Saltillo, considera escritor”. La nota está firmada por Alonso Flores y el escritor al que se refiere la cabeza es Jesús R. Cedillo, también columnista del mismo diario como lo refiere la nota.
Me perdonará el señor Cedillo pero la verdad es que no conozco su obra, yo apenas me entero de su existencia. Lo que sí debemos agradecerle, todos, es que ponga el dedo en la llaga en esto que yo considero un crimen cultural, un retroceso, y que es la pérdida de la cultura del libro, de la cultura libresca, la letrada.
Para nadie será un secreto y mucho menos para los presentes que tengan cierta edad, que vivieron épocas menos impacientes, antes de la irrupción del iPhone, del Google o la Wikipedia y mucho antes de la información en la palma de la mano a un touchscreen de distancia. Pero es que antes, muchos años antes, la información había que buscarla en los libros, esos objetos raros, caros, lujosos, inaccesibles, que son un dolor de cabeza hasta para los estudiantes de Filosofía y Letras, quienes prefieren PDF’s bajados de Lectulandia.
Y pues sí, lamentablemente vivimos tiempos muy impacientes, acelerados, eufóricos aunque no necesariamente más productivos. Nadie quiere malgastar su tiempo yendo a una biblioteca a perderse en los pasillos, donde muy seguro espantan, y tener que leer los lomos, ni ensuciarse los dedos de polvo, hongo o humedad.
Ni nadie tiene tiempo de ir a la Infoteca, la biblioteca de Campo Redondo, que está allá arrinconada al fondo del complejo universitario y no al frente, donde mejor podría estar, a pie de calle, de manera que cualquier paseante pueda entrar a refrescarse y si le da la curiosidad tomar un libro para matar el tiempo. Al contrario, la biblioteca de este complejo está escondida, lo más alejada posible de la vista de la gente de a pie.
Porque eso de que cualquiera quiera entrar a una biblioteca no pasa en México, aunque sí en otras culturas, donde las bibliotecas públicas son áreas de recreación. Pero quizá valdría la pena experimentar y sacar la Infoteca de ese pésimo lugar a donde fueron a aventarla. A ver qué pasa. Chance y pasa algo, un milagro.
Quizá por eso mismo es que el internet, el teléfono y los PDFs nos dan la practicidad de obtener los libros. Pero hablo sólo de quienes los leen más, o supuestamente los leen más a menudo, nosotros, los estudiantes, los maestros, de esta carrera de letras, de educación, de las humanidades, que tenemos que vérnoslas con ese objeto que para Borges era el más asombroso de los inventos humanos.
Decía Borges sobre el libro refiriéndose al cuerpo humano, los demás objetos son extensiones. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es la extensión de su voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.
Pero pues estamos en el tiempo en que esa asombrosa invención humana está a punto de desaparecer, como dice la nota de Vanguardia, que se refiere más bien a la pérdida de librerías. Cuenta el señor Cedillo en la nota citada que en el centro histórico de Saltillo por los años 90’s solía haber hasta cinco librerías: la Martínez, la Zaragoza, la Selectiva, la Librería de Cristal y la de la Universidad Autónoma de Coahuila. Todas ellas hoy desaparecidas. Lo que tenemos hoy tristemente es una sola librería: una que está en V Carranza frente a un Carl’s Junior y también el Sanborns, que expende libros entre perfumes, paracetamol y revistas. Así la cosas.
Es comprensible que cierren porque son negocios que ante todo deben vender para sustentarse. Las estadísticas de lectura juegan en contra. En México se lee muy poco. 3.7 libros al año según una cifra oficial que suena muy optimista. Contrasta muy fuerte con los 12 libros al año que se leen en Estados Unidos. Aun si no creemos en esos números está el hecho sintomático de la carencia de librerías para una ciudad de casi un millón de habitantes que se hacía llamar la Atenas de México. Y ya no digamos de bibliotecas. Ni librerías ni bibliotecas públicas. Nada.
Eso crea un círculo vicioso: no hay lectores porque no hay librerías y no hay librerías porque no hay clientes, o sea, los lectores. Y así nos podemos seguir, porque no es tarea de los libreros crear lectores.
Pero resulta que sí hay lectores. He dicho: sí hay lectores. Me consta. La mayoría está aquí ahorita, pero también están allá afuera, desperdigados, haciendo las cosas de la vida diaria. También hay lectores en los hospitales, en el mercado, viajando en camiones a sus trabajos, en las armadoras de autos, y apuesto un brazo a que en un locker hay un viejo libro en espera de que un obrero lo reabra a la hora de su descanso.
A lo mejor ya me puse a inventar escenarios pero estoy seguro de que sí hay lectores. Pocos, pero pasa que como no son suficientes para tener mercado, los libros se han vuelto bien pinche caros. Los nuevos. 300, 500 o hasta 600 pesos por un libro mal encuadernado, en papel corriente, con portadas por lo regular horrendas no exentos de erratas. Lo dice alguien que ha comprado muchos libros con regularidad por varios años y ha visto cómo se han perdido calidad mientras se encarecen.
¿Y qué hacen esos lectores ante la imposibilidad de comprar libros caros? Claro, recurrir a los PDF y a la piratería digital.
Porque el lector no se va a detener por prurito moral. Tampoco los estudiantes, que ante el apremio de deber leer uno o varios libros y no encontrarlos ni siquiera en donde debería, en la Infoteca por ejemplo, pues ni modos: el PDF.
Pero el PDF no es un libro. Es un archivo digital que se puede editar, alterar, borrar su contenido. Un PDF no muestra el esfuerzo que conlleva todo lo que hay detrás de la hechura de un libro. No tiene peso, ni olor, ni forma, ni textura. No es ese objeto, cito a Carl Sagan, “hecho de un árbol, con partes flexibles, a las que se le imprimen muchos garabatos graciosos, pero que cuando les echamos una mirada, nos encontramos dentro de la mente de otra persona, quizá muerta hace miles de años, que nos habla clara y silenciosamente a través del tiempo, dentro de nuestra cabeza, directamente hacia nosotros”.
Pues por muy maravilloso que sea ante el panorama actual el PDF es la solución que hemos encontrado, me incluyo, ante la falta de opciones. Y ante lo caro que está todo, porque la economía no da.
Entonces, ¿cuál es la solución? Para algunos la solución está en la piratería, porque las grandes casas editoriales se están enriqueciendo a costa de los lectores. Y porque todo mundo tiene derecho al acceso a la cultura. Lo segundo es cierto pero lo primero es debatible.
Yo más bien soy de la idea de que hay una tercera solución, que no está en piratearlos, porque la piratería de libros va a aparejada a otros negocios ilícitos mucho menos inocentes.
Y esa tercera solución es la biblioteca pública.
En cada barrio, colonia o demarcación debería haber por lo menos una biblioteca. Pero para que las bibliotecas no estén vacías los profesores de primaria y secundaria deberían ser profesores lectores, y entusiastas formadores de lectores, cosa que están lejos de serlo, y en cada grado escolar los alumnitos deberían leer por lo menos una cantidad significativa de libros acorde a su capacidad, y porque no bastará nunca con que de vez en cuando haya una campaña de fomento a la lectura bienintencionada. No tengo dudas de que alumnos lectores serían también alumnos campeones en matemáticas y ciencias.
La educación primaria y secundaria debería ser toda una campaña permanente de fomento lectura y cada maestro un promotor de lectura.
Pero ¿por qué todo esto que parece mucho trabajo, que requeriría montañas de inversión de dinero público y que además llevará mucho tiempo? ¿Por qué tanta insistencia mía en hablar bien del libro y de crear lectores y promover la lectura? Bueno, la respuesta a todo esto no está en el viento, sino en el final de Cien años de soledad, la tan “leída” novela de nuestro querido Gabriel García Márquez. Si no la han leído, esta es una buena oportunidad para hacerlo porque ahí está cifrada la respuesta a esas preguntas.
Y porque los libros no sólo entretienen y qué bueno pero también nos proveen información, incitan la creatividad, ejercitan la imaginación, aumentan el vocabulario que mejora nuestra expresión. Los buenos libros y hasta los malos libros, nos hacen pensar, repensar, nos proporcionan ideas y una filosofía vitales para resolver nuestros problemas.
Y porque pensar nos abre los ojos hacia una nueva realidad, que es una mirada crítica de las cosas. La mirada crítica, como ver con una luz más exacta, nítida, cristalina. No hay país altamente desarrollado en el mundo que no tenga una tasa alta de libros leídos por cabeza al año. Son esos países que tanto admiramos y pretendemos emular: Finlandia, Suiza, Japón, Corea del Sur y la tan traída y llevada Dinamarca, campeones en todos los índices de desarrollo y bienestar son también países de lectores. ¿Apoco no es coincidente nuestro pobre desarrollo económico y social con nuestro bajo índice lector?
Muchas gracias.